miércoles, 9 de enero de 2008

Contacto

“Todos los sentidos, incluida la vista, son prolongaciones del sentido del tacto; los sentidos son especializaciones del tejido cutáneo, y todas las experiencias sensoriales son modos de tocar”.
Juhani Pallasmaa, “Los ojos de la piel”.


Casi de forma desapercibida, el tacto es tal vez el padre de todos los sentidos. A pesar de que vivimos en una era en la cual el ojo parece ocupar el centro de la escena, en la que las imágenes en movimiento nos azoran con sus poderes hipnóticos, no podemos negar que la sensibilidad de la piel es, fue y será el indicador más fiel y omnipresente de nuestra existencia en este mundo. Por ella tenemos conciencia espacial de nuestra corporalidad, de sus propios límites y del comienzo de lo ajeno. Un límite que no debe confundirse con un final, sino fundirse en un comienzo.

El frío, el calor, el viento, el dolor, la lluvia, las diversas texturas. Es posible vivir sin ver. Es posible vivir sin oír. Sin sentir el gusto de los alimentos ni el aroma de los cuerpos que nos rodean. Pero la pérdida del tacto supondría carecer de conciencia de la propia existencia, de la propia anatomía. Sin tacto, las sensaciones espaciales se transformarían en torpes ficciones, fantasmas móviles y ausentes como los que se ven cada día en la pantalla de TV. No hay calidez, no hay frialdad, no hay aspereza, no hay suavidad, no hay rechazo, no hay indiferencia. Sin tacto no hay orgasmo. Ese sentido difuso, ubicuo, parece abarcar tanto el exterior como el interior del cuerpo, dándole finalmente volumen a nuestra presencia en el mundo.

Si el cuerpo debe resignarse a ser sólo uno, contiene en el tacto al único sentido que puede abrir sus fronteras hacia su fusión con otro. La vista es distancia. El oído es distancia. El tacto es presencia irrefutable. Un roce disimulado, una mano sobre el hombro, un brazo que pasa por la cintura, una mano agarrando a otra mano. Contacto es conciencia de la presencia del otro, comunión, transmisión factual de sensaciones.

CIPA es el nombre de la enfermedad congénita que genera insensibilidad ante el dolor, e imposibilidad de sentir el frío o el calor. Disestesia se llama la dolencia que produce una alteración en las facultades táctiles, generando que estímulos normalmente placenteros produzcan dolor. No existe, sin embargo, una denominación para la pérdida absoluta del tacto, un émulo de lo que la sordera representa para el oído o la ceguera para la vista. El único nombre, mucho más terminante, es muerte.

Les dejo un pequeño artículo sobre propiedades terapéuticas del sentido del tacto, y otro sobre alteraciones psíquicas que impactan en el sistema sensorial.

Un abrazo,

Hernán.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi estimado Hernàn.... sin querer sonar pedante o algo por el estilo una vez más aplaudo... no sólo su buena escritura sino también la sensibilidad con la que solo se puede manejar un tema tan precioso como el tacto.... tocarse es maravilloso siempre ( sin ser malos pensados)!!!
cariños
Marian

Anónimo dijo...

Muy buen artículo. Es muy cierto lo que planteás respecto del tacto y la incidencia en nuestro estar en el mundo, nuestro ex-sistir. Son determinantes las concecuencias psíquicas de la posibilidad de construir ese límite entre el contorno de nuestro cuerpo y la alteridad; constituyendo el borde entre lo Uno y lo Otro, entre el Ser y la Muerte. Salutte.

Anónimo dijo...

Nunca había leído tus artículos que nos mandabas, pero me arrepiento...la verdad que son muy interesantes y y esconden un grado de sensibilidad que desconocía...un abrazo

Diego Tomasi - @DiegosTomasi dijo...

"Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir..."
Buenísimo el texto, Hernán. Un abrazo.