domingo, 15 de julio de 2007

Una que sepamos todos

Como lo que nos caracteriza por estos lares no es la originalidad sino el refrito, he aquí un post que no aporta absolutamente nada nuevo. Un pequeño listado de temitas exitosos que han logrado una repercusión que superó, incluso, la de sus intérpretes. Esa canción que te hizo bailar, mover la patita así o cantar, pero de la que nunca te pudiste acordar el nombre ni el autor, seguramente la tenés acá:

1)Katrina and the Waves - Walking on Sunshine




2)The Buggles - Video Killed the Radio Star




3)Mr Big - To be with you




4)Twisted Sister - I wanna rock




5)Eagle Eye Cherry - Save Tonight




6)The Opus - Life is life




7)Blind Melon - No Rain




8)Extreme - More than words




9)Midnight Oil - Beds are burning




10)Divinyls - I touch myself




11)Charles and Eddie - Would I lie to you?




12)Joan Osborne - One of Us




13)The Knack - My Sharona




14)John Scatman - Scatman




15)Soul Asylum - Runaway Train




16)Fool's Garden - Lemon Tree




17)Quiet Riot - Cum'on feel the noise




18)The Connells - '74-'75




19)Black - Wonderful Life



20)Chumbawamba - Tubthumping



Aquí la lista completa en Radioblog

miércoles, 11 de julio de 2007

La imposibilidad de amar


Michel Houllebecq ostenta una carrera literaria atravesada por polémicas que evaden el centro neurálgico de sus planteos. Quizás porque éstos son lo suficientemente excesivos y tormentosos como para espantar a los comentaristas, e impulsarlos a cobijarse en la comodidad de playas más tranquilas. Lejos de apuntar a las paradojas y miserias que nutren su literatura, la crítica prefiere tomar caminos que se internan en afirmaciones efectistas. Si es un provocador o un mentiroso, si su estilo es pobre y deslucido o sencillo y efectivo, si se trata de un farsante o del más genial escritor del nuevo siglo. Es difícil entonces encontrar matices ante Houllebecq. Sus relatos, nutridos por el sexo, la perversión, el cinismo y el desprecio hacia la humanidad contemporánea, se prestan fácilmente para la crítica despiadada de aquellos que pretenden ubicarse en el pedestal de los intocables.


Pero es difícil no sentirse tocado por la literatura del autor francés. También es difícil sorprenderse demasiado ante sus afirmaciones después de haber recorrido un par de sus textos. Pero no por conocidas dejan de ser certeras. En su novela más reciente, “La posibilidad de una isla” (Alfaguara, 2005), Houllebecq continúa el camino de sus libros anteriores, fundamentalmente el del genial “Las partículas elementales” (Anagrama, 1999). Logra, sin embargo, lo que muchos dudaban que pudiera lograr. Lleva sus meditaciones un paso más allá, y se adentra en un campo que supera el límite que había impuesto a sus creaciones previas. Ese límite es la propia vida.


Tanto “Las Partículas Elementales” como “Plataforma” (Anagrama, 2002) respondían, con contextos y personajes diferentes, a estructuras similares. En una sociedad frívola, marcada por la adoración del cuerpo joven y la condena del envejecimiento, se asomaba como posible, sin embargo, la consumación del amor. En la primera novela, la esperanza queda abierta ante la alternativa de la transformación genética del ser humano. En “Plataforma”, la ilusión se cierra de un portazo, como consecuencia de la violencia social imposible de esquivar. Finalmente, Houllebecq elimina en “La posibilidad de una isla” el peso de la muerte para intentar, con esto, construir una nueva humanidad donde la decepción por el desamor no esté presente.


El protagonista de la novela se llama Daniel, pero también Daniel 24 y Daniel 25. No es uno, sino tres. El primero de ellos habitó los entonces lejanos comienzos del siglo XXI, y fue una de las últimas personas en sentir el peso de un sufrimiento que los hombres ya estaban comenzando a dejar de experimentar: la imposibilidad de fusionarse en un ser único con la persona amada. Cómico de stand up cínico y casi desalmado, Daniel se ríe tanto de la sociedad que lo rodea como del público que lo adora y convierte en millonario. Indudable alter ego del autor, el protagonista es un provocador nato que no tiene tapujos en atacar todo aquello que el buen pensar ubica dentro de lo “políticamente correcto”. La mujer y, por supuesto, el islam, son dos de sus principales blancos. Pero detrás de ese ser en apariencia incapaz de sentir compasión, se esconde una persona que carga con una debilidad de la cual la juventud se ha desatado: la necesidad de amar. A los 47 años, Daniel se encuentra ante una paradoja: sigue deseando, pero sabe que su deseo resulta indiferente para la nueva generación que lo rodea. Es un hombre que aún pretende una unión que borre las fronteras entre los cuerpos. Es, en el fondo, un humanista romántico y radical. Y en el espiral de su decadencia física, se encuentra cara a cara con dos seres a los que jamás podrá realmente poseer. Su ex mujer, envejecida, consumida por las drogas y el alcohol, depresiva, capaz de dar placer pero convencida de que no merece ser amada. Y su joven amante, bella, lujuriosa y libertina, que se deja amar pero es incapaz de sentir por quienes la aman algo que vaya más allá de un apego pasajero. La decadencia del cuerpo conduce a los individuos “maduros” hacia el aislamiento y la inanición. La juventud expulsa a aquellos que han perdido su contextura juvenil, y los obliga a vivir su capacidad de desear como un padecimiento. Como una espina tenaz que se hunde en la carne y se resiste a ser arrancada, el deseo no abandona jamás al cuerpo raído y despreciado. El hombre se encuentra, finalmente, encerrado en la prisión de su anatomía deseante. La paradoja ahoga a Daniel y lo empuja hacia el único ser existente que aún puede amar con total sencillez: su perro, “el amor incondicional”, afirma el personaje. Amor del cual el hombre no es capaz o ha prescindido. Y esto lo agobia, hasta el punto de obligarlo a buscar un solo punto de salida: la eternidad.


La literatura de Houllebecq parece seguir un camino ascendente que sólo puede tener un punto de llegada. Se apuntala en la negación del presente. “La posibilidad de una isla” no es sin dudas la mejor novela del autor francés. Sí es, probablemente, una de las más sinceras y transparentes. Y expresa con mayor claridad que ninguna otra matices que pueden sorprender a más de un desprevenido. Houllebecq no es un profeta del Apocalipsis ni un divulgador de la eugenesia. No es un propagandista de la clonación o un racista extremo. Quizás de todos los motes que se le endosan sólo el de provocador sea justo. Pero no se trata de un provocador banal y ególatra. Es un provocador que busca abrir los ojos ciegos de quienes lo rodean, aun cuando para hacerlo deba clavar sus párpados con alfileres. Y, ante todo, Houllebecq es un romántico. Un humanista encarnizado. Un ser que vive el presente como una carencia. Y que olisquea que esa carencia no desparecerá a futuro. Ni maldito ni perverso, Houllebecq es un hombre que ama al hombre. Tanto, que cree que es necesario destruirlo. Antes de que él se destruya a sí mismo.