martes, 18 de septiembre de 2007

Hay cosas que el dinero no puede comprar...

Para todo lo demás, existe la maldita línea casi recta del día a día... en fin, van un par de fotitos de viajecito a Colonia...








miércoles, 5 de septiembre de 2007

La perfección de lo inútil

Se ha hablado y escrito mucho sobre ella. Se ha llegado a decir, incluso, que es el último gran hito en la historia de la novela. “La vida instrucciones de uso”, de Georges Perec, editada por primera vez en París en el año 1978, es una narración que coquetea con la idea de eternidad, y juega a transformarse en ese Aleph que Borges soñó, abarcando una infinidad de mundos abigarrados en los cuartos de una única casa.

Su autor, se asegura, tardó nueve años en escribirla. Al adentrarse en la novela el trabajo pesado de escritura puede palparse. Descripciones minuciosas y referencias de un enciclopedismo tal que por momentos exasperan, convierten a “La vida instrucciones de uso” en una narración casi inédita para el avanzado siglo XX. Quizás atemporal, quizás un tanto demodé, este estilo resulta finalmente embriagador y es el camino por el cual Perec nos introduce en la voyeurística tarea de reconstruir la existencia de cada uno de sus personajes.

El eje de la narración es un edificio de departamentos parisino. La novela recorre de manera alternativa la vida de los distintos personajes que lo habitan, introduciendo al lector en relatos que lo llevarán de Sudamérica a los Estados Unidos, del continente africano a Medio Oriente, siguiendo las peripecias de los habitantes de la casa.

Una hermandad de “hombres libres” donde cada miembro debe convocar a tres nuevos adeptos, hasta incluir a la humanidad toda; un pintor que pretende representar, en un único cuadro, a todos los habitantes de la casa; un hombre que cree haber descubierto cuál es el verdadero santo grial; otro que dilapida su fortuna rastreando, durante años, a la asesina de su mujer y su hijo. Esos son, apenas, algunos de los personajes que pueblan las cien habitaciones de la genial casa literaria construida por Perec.

Y uno de esos personajes resume, quizás, el ambicioso proyecto del autor. Bartlebooth, un millonario excéntrico y solitario que se decide a desarrollar una empresa imposible y absurda para dar sentido a su vida. Durante veinte años recorre el mundo con su ayudante, pintando quinientos cuadros de paisajes marinos que son remitidos a un artesano de la casa parisina. Este los transforma en puzzles únicos, desafiantes y enigmáticos, que serán reconstruidos por Bartlebooth al final de su travesía. Finalmente, una vez que cada puzzle ha sido resuelto, mediante una compleja técnica manual se reconstruye la acuarela original, que será remitida al lugar donde fue pintada, para ser destruida exactamente veinte años después del momento de su creación.

La empresa en la que Bartlebooth invierte más de cuarenta años de su vida es, finalmente, de una vacuidad casi perfecta. No tiene más sentido ni utilidad que su concreción. Es un desafío absolutamente improductivo, implica ponerse a prueba a cambio de nada. Pero es justamente allí, en su vacío, en el hecho de hacer de ese mero reto el sentido de una existencia, donde radica su grandeza. Se trata de un acto cuya utilidad está dada por sí mismo, su consecución no dará como resultado ningún rédito, porque lo que vale no es el proyecto terminado, sino el deseo de verlo realizado mientras se lo gesta.

Y ese deseo inalcanzable es el mismo que Perec enarbola en todo el libro. El que pone enfrente del lector con maestría desde el mismo título, el presuntuoso e inabarcable “La vida instrucciones de uso”. Un proyecto pretencioso, genial, fastuoso: un catálogo que pueda dar cuenta de la totalidad de la existencia. Resulta en última instancia imposible, pero sucede que el objetivo no es alcanzar la meta, sino sólo recorrer el camino, que aquí importa mucho más que el destino al que finalmente se arribe.